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Prefacio del
Papa Francisco
¿Quién de nosotros no se siente incómodo al confrontarse con la sola palabra “pobreza”? Existen tantas formas de pobreza: físicas, económicas, espirituales, sociales, morales. El mundo occidental identifica prioritariamente la pobreza como la ausencia de poder económico y enfatiza negativamente este status. Su concepción, en efecto, se basa esencialmente en el enorme poder que el dinero ha adquirido hoy, un poder aparentemente superior a otros. Por eso una ausencia de poder económico significa irrelevancia a nivel político, social, y hasta humano. Quien no posee dinero es considerado sólo en la medida en la cual puede servir a otros fines. Existen tantas pobrezas, pero la pobreza económica es aquella que es vista con mayor horror.
En esto hay una gran verdad. El dinero es un instrumento que de cualquier modo -como la propiedad- extiende y acrecienta la capacidad de la libertad humana, consintiéndole obrar en el mundo, accionar y sacar fruto. De por sí es un buen instrumento, como casi todas las cosas de las cuales dispone el hombre: es un medio que ensancha nuestras posibilidades. Sin embargo, este medio puede volverse contra el hombre. El dinero y el poder económico, en efecto, pueden ser un medio que aleja al hombre del hombre, confinándolo a un horizonte egocéntrico y egoísta.
La misma palabra aramea que Jesús utiliza en el Evangelio -mammona, es decir tesoro escondido (cf. Mt 6,24; Lc 16, 13)- nos deja entender que cuando el poder económico es un instrumento que produce tesoros que se reservan sólo para uno mismo, escondiéndolos a los demás, eso produce iniquidad, pierde su valor positivo original. También el término griego, usado por San Pablo, en la Carta a los Filipenses (cf. Fil 2,6) -harpagmos- se refiere a un bien retenido celosamente para sí, o incluso a lo que se ha robado a los demás. Esto acontece cuando los bienes son utilizados por el hombre que conoce la solidaridad sólo para un círculo de conocidos, sea grande o pequeño, o cuando se trata de recibirla, mas no cuando se trata de ofrecerla. Esto sucede, también, cuando el hombre, habiendo perdido la esperanza en un horizonte trascendente, pierde el gusto de la gratuidad, el gusto de hacer el bien simplemente por el placer de hacerlo (cf. Lc 6, 33).
En cambio, cuando el hombre es educado para reconocer la fundamental solidaridad que lo vincula a todos los demás hombres -esto nos recuerda la Doctrina social de la Iglesia-, entonces sabe bien que no puede retener para sí los bienes de que dispone. Cuando vive habitualmente en la solidaridad, el hombre sabe que lo que niega a los demás y retiene para sí, antes o después, se volverá contra él. En el fondo, a esto alude Jesús en el Evangelio, cuando hace mención al moho o a la polilla que destruyen las riquezas poseídas de un modo egoísta (cf. Mt 6,19-20; Lc 12, 33).
En cambio, cuando los bienes de los que se dispone son utilizados no sólo para las propias necesidades, éstos se difunden, se multiplican y producen a menudo un fruto inesperado. En realidad, existe un original vínculo entre beneficio y solidaridad, una circularidad fecunda entre ganancia y don, asunto que el pecado tiende a romper y ofuscar. Deber de los cristianos es redescubrir, vivir y anunciar a todos esta hermosa y original unidad entre beneficio y solidaridad. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo contemporáneo de redescubrir esta hermosa verdad! Cuanto más acepte tener en cuenta esto, tanto más disminuirán incluso las pobrezas económicas que tanto nos afligen.
Sin embargo, no podemos olvidar que no existen únicamente pobrezas vinculadas a la economía. Es el mismo Jesús quien nos lo recuerda amonestándonos para que nuestra vida no dependa solamente “de nuestros bienes” (cf. Lc 12,15). Originariamente el hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos, para vivir, tenemos necesidad de los cuidados de nuestros padres, y así también en toda época y etapa de la vida cada uno de nosotros no conseguirá liberarse totalmente de la necesidad y de la ayuda que tenemos de los demás; no conseguirá nunca arrancar de sí la limitación de sentirse impotente delante de alguien o algo. Esta es también una condición que caracteriza nuestro ser de “creaturas”: no estamos hechos por nosotros mismos y solos no podemos darnos todo aquello que necesitamos. Un leal reconocimiento de esta verdad nos invita a ser humildes y a practicar con coraje la solidaridad, como una virtud indispensable para vivir.
En todo caso, dependemos de alguno o de algo. Esto lo podemos vivir como una debilidad de nuestra existencia o como una posibilidad, como un recurso a tener en cuenta en un mundo en el cual ninguno puede prescindir de los demás, en el cual todos somos útiles y valiosos para todos, cada uno a su modo. No hay como descubrir esto para ser impulsados a vivirlo como una norma responsable y responsabilizante, en vistas de un bien que es entonces, de veras, inseparablemente personal y común. ¡Es evidente que esta norma puede nacer solamente de una nueva mentalidad, de la conversión a un nuevo modo de mirarse unos a otros! ¡Solamente cuando el hombre se concibe no como un mundo cerrado en sí mismo, sino como alguien que por su propia naturaleza está ligado a los otros, sintiéndolos originalmente como hermanos, es posible una norma social en la cual el bien común no aparece como palabra vacía y abstracta!
Cuando el hombre se concibe de esa manera y se educa a vivir así, la originaria pobreza de creatura nunca más es sentida como un hándicap, sino como un recurso, que enriquece a cada uno, y el cual libremente donado, es un bien y un don que recae después como provecho para todos. Esta es la luz positiva con la que también el Evangelio nos invita a considerar la pobreza. Precisamente, esta luz nos ayuda, por lo tanto, a comprender por qué Jesús transforma esta condición en una auténtica “bienaventuranza”: “¡Bienaventurados los pobres!” (Lc 6, 20).
Entonces, haciendo realmente todo lo que está en nuestras manos y rehuyendo toda forma de hábito irresponsable a las propias debilidades, no temamos reconocernos necesitados e incapacitados de darnos todo lo que necesitamos, porque solos y con nuestras solas fuerzas no lograremos vencer nuestras limitaciones. No temamos este reconocimiento, porque el mismo Dios, por medio de Jesús, se ha inclinado (cf. Fil 2,8) y se inclina ante nosotros y nuestras pobrezas para ayudarnos y darnos aquellos bienes que solos nunca podríamos tener.
Por eso Jesús elogia a los “pobres en espíritu” (Mt 5,3), vale decir aquellos que considerando sus propias necesidades, necesitados como son, confían en Dios, no temiendo depender de Él (cf. Mt 6,26). De Dios podemos, en efecto, tener aquel Bien ilimitado que ningún límite puede detener, porque Él es más poderoso que cualquier otro límite. ¡Y lo demuestra cuando venció la muerte! demostrándonoslo cuando venció a la muerte! ¡Dios que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Cor 8,9) para enriquecernos con sus dones! Él nos ama, aprecia cada fibra de nuestro ser, a sus ojos cada uno de nosotros es único y tiene un valor inmenso: “Hasta los cabellos de su cabeza están contados… ustedes valen más que muchos pajarillos” (Lc 12,7).
Estoy, pues, agradecido con su Eminencia el Señor Cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que con el presente libro ha querido llamarnos la atención recordándonos todo esto.
Estoy seguro de que cada uno de ustedes al leer estas páginas, de cualquier modo, se dejará tocar el corazón y sentirá brotar dentro de sí la exigencia de una renovación de la vida. Pues bien, Amigos lectores, sepan que en esta exigencia, y en este camino, me encuentran desde ahora con ustedes, como hermano y sincero compañero de camino.
Franciscus
Índice
PREFACIO DEL PAPA FRANCISCO | 9 |
I. LA MISIÓN LIBERADORA DE LA IGLESIA Cardenal Gerhard Müller |
15 |
Palabra de Dios y signos de los tiempos | 17 |
El desarrollo humano entre la creación y la plenitud. Notas sobre la encíclica Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II |
25 |
Una aproximación a la Doctrina social de la Iglesia Por un verdadero desarrollo humano |
26 |
Poner a la luz al hombre en cuanto ser creado, al servicio de su dignidad |
28 |
“Hagamos al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza” (Gn 1,26) |
31 |
Llamados al amor | 33 |
Criatura y persona: piedras angulares de los derechos humanos |
34 |
Evangelium vitae y Deus caritas est | 36 |
La teología de la liberación hoy | 39 |
Gustavo Gutiérrez: el hombre, el cristiano,el teólogo | 43 |
La teología de la liberación como pionera en la misión de la Iglesia |
50 |
“Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (I Tes 5,21). A 25 años de la Instrucción Libertatis conscientia sobre la teología de la liberación |
55 |
Teología de la liberación ¿”católica”? | 56 |
El Evangelio: anuncio de libertad y de liberación | 57 |
“Liberación” sin violencia | 58 |
La contribución de los cristianos para una sociedad justa |
59 |
La praxis liberadora de los cristianos: la civilización del amor |
60 |
II. LA MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA Cardenal Gerhard Müller |
65 |
La fe: verdadera riqueza de la Iglesia | 65 |
Sólo una gran positividad puede atraer nuestra mirada |
65 |
El mundo como epifanía de Dios | 68 |
Intellectus quaerens fidem, fides quaerens intellectum | 70 |
Logos y agape: los fundamentos de lo real a la raíz de la fe, esperanza y caridad |
74 |
La vida en Cristo como vida en la fe eclesial: “Yo, pero ya no yo” |
78 |
Una mirada y una acción nuevas: ortodoxia y ortopraxis |
81 |
Cristo, “estrella de la mañana” y luz de la fe | 84 |
Del dios de los muertos al Dios de los vivientes | 85 |
Ateísmo y “neo-ateísmo” | 86 |
“Señor, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes?” (S. 8,5) |
90 |
Desafíos para la teología en el horizonte contemporáneo |
99 |
Mundus reconciliatus, mundum reconcilians | 99 |
Discernimiento, historia, esperanza | 101 |
Sociedad plural, sensus fidei, comunicación del saber, racionalidad ampliada |
106 |
III. DE AMÉRICA LATINA A LA IGLESIA UNIVERSAL |
|
La opción preferencial por los pobres en Aparecida Gustavo Gutiérrez |
119 |
1. DISCERNIR LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS | 122 |
a) Una lectura creyente | 122 |
En continuidad | 123 |
Un cometido permanente | 124 |
b) La cuestión del método en Aparecida | 125 |
Ver, juzgar y actuar | 126 |
Los lugares teológicos | 127 |
c) La “ley de la Encarnación” | 128 |
2. REAFIRMACIÓN DE LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES |
129 |
a) El fundamento cristológico | 130 |
b) Los rostros de los pobres | 132 |
c) La preferencia por los pobres | 135 |
Un kairós: la emergencia de los pobres | 135 |
Preferencia | 138 |
3. EVANGELIZACIÓN Y COMPROMISO POR LA JUSTICIA |
140 |
a) Compartir una experiencia | 141 |
La alegría del discípulo | 141 |
Pobrezas ocultas | 142 |
b) La Iglesia, abogada de la justicia y de los pobres |
143 |
Una palabra profética | 143 |
La mesa de la vida | 145 |
CONCLUSIÓN | 147 |
La espiritualidad del acontecimiento conciliar Gustavo Gutiérrez |
149 |
Tras los pasos de Cristo | 151 |
La antigua historia del samaritano | 157 |
Una Iglesia samaritana | 163 |
Pobreza: el desafío de la fe Josef Sayer |
171 |
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