Iglesia pobre y para los pobres

 
 

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¿Quien de nosotros no se siente incómodo al confrontarte con la sola palabra “pobreza”? Existen tantas….

Autor: Cardenal Gerhard Muller, Gustavo Gutierrez, José Sayer
Editorial: CEP – IBC
año: Enero – 2015
Peso: 250
Tamaño: 14.5 x 21.5
Nº pág: 186
ISBN: 978-612-4260-00-1

 

Descripción del producto

Prefacio del
Papa Francisco

¿Quién de nosotros no se siente incómodo al confrontarse con la sola palabra “pobreza”? Existen tantas formas de pobreza: físicas, económicas, espirituales, sociales, morales. El mundo occidental identifica prioritariamente la pobreza como la ausencia de poder económico y enfatiza negativamente este status. Su concepción, en efecto, se basa esencialmente en el enorme poder que el dinero ha adquirido hoy, un poder aparentemente superior a otros. Por eso una ausencia de poder económico significa irrelevancia a nivel político, social, y hasta humano. Quien no posee dinero es considerado sólo en la medida en la cual puede servir a otros fines. Existen tantas pobrezas, pero la pobreza económica es aquella que es vista con mayor horror.

En esto hay una gran verdad. El dinero es un instrumento que de cualquier modo -como la propiedad- extiende y acrecienta la capacidad de la libertad humana, consintiéndole obrar en el mundo, accionar y sacar fruto. De por sí es un buen instrumento, como casi todas las cosas de las cuales dispone el hombre: es un medio que ensancha nuestras posibilidades. Sin embargo, este medio puede volverse contra el hombre. El dinero y el poder económico, en efecto, pueden ser un medio que aleja al hombre del hombre, confinándolo a un horizonte egocéntrico y egoísta.

La misma palabra aramea que Jesús utiliza en el Evangelio -mammona, es decir tesoro escondido (cf. Mt 6,24; Lc 16, 13)- nos deja entender que cuando el poder económico es un instrumento que produce tesoros que se reservan sólo para uno mismo, escondiéndolos a los demás, eso produce iniquidad, pierde su valor positivo original. También el término griego, usado por San Pablo, en la Carta a los Filipenses (cf. Fil 2,6) -harpagmos- se refiere a un bien retenido celosamente para sí, o incluso a lo que se ha robado a los demás. Esto acontece cuando los bienes son utilizados por el hombre que conoce la solidaridad sólo para un círculo de conocidos, sea grande o pequeño, o cuando se trata de recibirla, mas no cuando se trata de ofrecerla. Esto sucede, también, cuando el hombre, habiendo perdido la esperanza en un horizonte trascendente, pierde el gusto de la gratuidad, el gusto de hacer el bien simplemente por el placer de hacerlo (cf. Lc 6, 33).

En cambio, cuando el hombre es educado para reconocer la fundamental solidaridad que lo vincula a todos los demás hombres -esto nos recuerda la Doctrina social de la Iglesia-, entonces sabe bien que no puede retener para sí los bienes de que dispone. Cuando vive habitualmente en la solidaridad, el hombre sabe que lo que niega a los demás y retiene para sí, antes o después, se volverá contra él. En el fondo, a esto alude Jesús en el Evangelio, cuando hace mención al moho o a la polilla que destruyen las riquezas poseídas de un modo egoísta (cf. Mt 6,19-20; Lc 12, 33).

En cambio, cuando los bienes de los que se dispone son utilizados no sólo para las propias necesidades, éstos se difunden, se multiplican y producen a menudo un fruto inesperado. En realidad, existe un original vínculo entre beneficio y solidaridad, una circularidad fecunda entre ganancia y don, asunto que el pecado tiende a romper y ofuscar. Deber de los cristianos es redescubrir, vivir y anunciar a todos esta hermosa y original unidad entre beneficio y solidaridad. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo contemporáneo de redescubrir esta hermosa verdad! Cuanto más acepte tener en cuenta esto, tanto más disminuirán incluso las pobrezas económicas que tanto nos afligen.

Sin embargo, no podemos olvidar que no existen únicamente pobrezas vinculadas a la economía. Es el mismo Jesús quien nos lo recuerda amonestándonos para que nuestra vida no dependa solamente “de nuestros bienes” (cf. Lc 12,15). Originariamente el hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos, para vivir, tenemos necesidad de los cuidados de nuestros padres, y así también en toda época y etapa de la vida cada uno de nosotros no conseguirá liberarse totalmente de la necesidad y de la ayuda que tenemos de los demás; no conseguirá nunca arrancar de sí la limitación de sentirse impotente delante de alguien o algo. Esta es también una condición que caracteriza nuestro ser de “creaturas”: no estamos hechos por nosotros mismos y solos no podemos darnos todo aquello que necesitamos. Un leal reconocimiento de esta verdad nos invita a ser humildes y a practicar con coraje la solidaridad, como una virtud indispensable para vivir.

En todo caso, dependemos de alguno o de algo. Esto lo podemos vivir como una debilidad de nuestra existencia o como una posibilidad, como un recurso a tener en cuenta en un mundo en el cual ninguno puede prescindir de los demás, en el cual todos somos útiles y valiosos para todos, cada uno a su modo. No hay como descubrir esto para ser impulsados a vivirlo como una norma responsable y responsabilizante, en vistas de un bien que es entonces, de veras, inseparablemente personal y común. ¡Es evidente que esta norma puede nacer solamente de una nueva mentalidad, de la conversión a un nuevo modo de mirarse unos a otros! ¡Solamente cuando el hombre se concibe no como un mundo cerrado en sí mismo, sino como alguien que por su propia naturaleza está ligado a los otros, sintiéndolos originalmente como hermanos, es posible una norma social en la cual el bien común no aparece como palabra vacía y abstracta!

Cuando el hombre se concibe de esa manera y se educa a vivir así, la originaria pobreza de creatura nunca más es sentida como un hándicap, sino como un recurso, que enriquece a cada uno, y el cual libremente donado, es un bien y un don que recae después como provecho para todos. Esta es la luz positiva con la que también el Evangelio nos invita a considerar la pobreza. Precisamente, esta luz nos ayuda, por lo tanto, a comprender por qué Jesús transforma esta condición en una auténtica “bienaventuranza”: “¡Bienaventurados los pobres!” (Lc 6, 20).

Entonces, haciendo realmente todo lo que está en nuestras manos y rehuyendo toda forma de hábito irresponsable a las propias debilidades, no temamos reconocernos necesitados e incapacitados de darnos todo lo que necesitamos, porque solos y con nuestras solas fuerzas no lograremos vencer nuestras limitaciones. No temamos este reconocimiento, porque el mismo Dios, por medio de Jesús, se ha inclinado (cf. Fil 2,8) y se inclina ante nosotros y nuestras pobrezas para ayudarnos y darnos aquellos bienes que solos nunca podríamos tener.

Por eso Jesús elogia a los “pobres en espíritu” (Mt 5,3), vale decir aquellos que considerando sus propias necesidades, necesitados como son, confían en Dios, no temiendo depender de Él (cf. Mt 6,26). De Dios podemos, en efecto, tener aquel Bien ilimitado que ningún límite puede detener, porque Él es más poderoso que cualquier otro límite. ¡Y lo demuestra cuando venció la muerte! demostrándonoslo cuando venció a la muerte! ¡Dios que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Cor 8,9) para enriquecernos con sus dones! Él nos ama, aprecia cada fibra de nuestro ser, a sus ojos cada uno de nosotros es único y tiene un valor inmenso: “Hasta los cabellos de su cabeza están contados… ustedes valen más que muchos pajarillos” (Lc 12,7).

Estoy, pues, agradecido con su Eminencia el Señor Cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que con el presente libro ha querido llamarnos la atención recordándonos todo esto.

Estoy seguro de que cada uno de ustedes al leer estas páginas, de cualquier modo, se dejará tocar el corazón y sentirá brotar dentro de sí la exigencia de una renovación de la vida. Pues bien, Amigos lectores, sepan que en esta exigencia, y en este camino, me encuentran desde ahora con ustedes, como hermano y sincero compañero de camino.

Franciscus

Índice

PREFACIO DEL PAPA FRANCISCO 9
I.   LA MISIÓN LIBERADORA DE LA IGLESIA
Cardenal Gerhard Müller
15
Palabra de Dios y signos de los tiempos 17
El desarrollo humano entre la creación y la plenitud.
Notas sobre la encíclica Sollicitudo rei socialis
de Juan Pablo II
 

25

     Una aproximación a la Doctrina social de la Iglesia
Por un verdadero desarrollo humano
26
     Poner a la luz al hombre en cuanto ser creado,
al servicio de su dignidad
28
     “Hagamos al hombre a nuestra imagen,
a nuestra semejanza” (Gn 1,26)
31
     Llamados al amor 33
     Criatura y persona: piedras angulares de los
derechos humanos
 

34

     Evangelium vitae y Deus caritas est 36
La teología de la liberación hoy 39
      Gustavo Gutiérrez: el hombre, el cristiano,el teólogo 43
      La teología de la liberación como pionera
en la misión de la Iglesia
50
“Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (I Tes 5,21).
A 25 años de la Instrucción Libertatis conscientia
sobre la teología de la liberación
 

55

     Teología de la liberación ¿”católica”? 56
     El Evangelio: anuncio de libertad y de liberación 57
     “Liberación” sin violencia 58
      La contribución de los cristianos para una
sociedad justa
59
      La praxis liberadora de los cristianos:
la civilización del amor
60
II.  LA MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA
     Cardenal Gerhard Müller
65
La fe: verdadera riqueza de la Iglesia 65
     Sólo una gran positividad puede atraer
nuestra mirada
65
     El mundo como epifanía de Dios 68
     Intellectus quaerens fidem, fides quaerens intellectum 70
     Logos y agape: los fundamentos de lo real
a la raíz de la fe, esperanza y caridad
74
     La vida en Cristo como vida en la fe eclesial:
“Yo, pero ya no yo”
78
     Una mirada y una acción nuevas:
ortodoxia y ortopraxis
81
     Cristo, “estrella de la mañana” y luz de la fe 84
Del dios de los muertos al Dios de los vivientes 85
     Ateísmo y “neo-ateísmo” 86
     “Señor, ¿qué es el hombre para que de él
te acuerdes?” (S. 8,5)
90
Desafíos para la teología
en el horizonte contemporáneo
99
     Mundus reconciliatus, mundum reconcilians 99
     Discernimiento, historia, esperanza  101
     Sociedad plural, sensus fidei, comunicación del
saber, racionalidad ampliada
106
III.      DE AMÉRICA LATINA
A LA IGLESIA UNIVERSAL
La opción preferencial por los pobres en Aparecida
Gustavo Gutiérrez
 

119

1.  DISCERNIR LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS 122
     a)  Una lectura creyente 122
          En continuidad 123
          Un cometido permanente 124
     b)  La cuestión del método en Aparecida 125
          Ver, juzgar y actuar 126
          Los lugares teológicos 127
     c)  La “ley de la Encarnación” 128
2.  REAFIRMACIÓN DE LA OPCIÓN
PREFERENCIAL POR LOS POBRES
129
     a)  El fundamento cristológico 130
     b)  Los rostros de los pobres 132
     c)  La preferencia por los pobres 135
          Un kairós: la emergencia de los pobres 135
          Preferencia 138
3.  EVANGELIZACIÓN Y COMPROMISO
POR LA JUSTICIA
140
     a)  Compartir una experiencia 141
          La alegría del discípulo 141
          Pobrezas ocultas 142
     b)  La Iglesia, abogada de la justicia
y de los pobres
143
          Una palabra profética 143
          La mesa de la vida 145
CONCLUSIÓN 147
La espiritualidad del acontecimiento conciliar
Gustavo Gutiérrez
149
   Tras los pasos de Cristo 151
   La antigua historia del samaritano 157
   Una Iglesia samaritana 163
Pobreza: el desafío de la fe
Josef Sayer
171

 

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